lunes, 17 de noviembre de 2014

Un bar aux folies bergere

Edouard Manet.
Año:  1882
Ubicacion: Courtauld Gallery, Londres





La mujer que está apoyada en la barra es Suzon, una de las camareras del Folies-Bergère, que aceptó posar para Manet en su estudio. El artista improvisó allí una barra ficticia, con todos los objetos que vemos en el bodegón de primer término, y colocó detrás a Suzon. Para hacer el fondo, utilizó los bocetos que había pintado en el propio local.
Es una obra engañosa porque lo que hay detrás de la chica es en realidad un espejo. A la altura de sus muñecas, podemos ver el marco dorado y la pared rojiza y si os fijáis bien, también se aprecian algunos manchurrones en la superficie del vidrio (a simple vista, pueden confundirse con el humo del local). Por tanto, gran parte de lo que estamos viendo lo tendríamos en realidad a nuestra espalda. Utilizando el espejo Manet consigue introducirnos en la escena, colocándonos entre la barra y el resto del local.
El problema es que ni los objetos que hay sobre la barra, ni la postura de Suzon, concuerdan con lo que estamos viendo reflejado. Las botellas de vino y champán que están a la izquierda no son las mismas que vemos en el espejo (la única que más o menos coincide es la que está más pegada al borde, en cuya etiqueta Manet ha estampado su firma y la fecha). La Suzon de verdad está mirando hacia nosotros, manteniendo las distancias, mientras que la del reflejo está un poco de lado y parece inclinarse hacia un cliente. Este misterioso hombre con chistera y bigote, ni siquiera aparece en la escena. En este tipo de locales, muchas de las camareras, aparte de poner copas, también vendían sus servicios al mejor postor. Quizás, Manet nos está presentando en el espejo una realidad paralela, diciéndonos que si abordamos a Suzon con unos cuantos billetes en la mano, ella cambiará de actitud y estará mucho más receptiva (como la que vemos en el espejo). Por tanto, el hombre del bigote podría ser el reflejo del propio espectador, que tiene en su mano la opción de pedir tan solo una copa de champán o quedar con la chica a la salida. La expresión de Suzon es enigmática. Mira hacia nosotros, pero no muestra ningún tipo de emoción. Sus ojos ausentes no nos dicen nada. Es como si estuviese a la expectativa, aguardando a que demos el primer paso.
En 1865, Manet había escandalizado a los parisinos con su “Olympia”, convirtiendo al espectador en el cliente de una bella prostituta.  Dieciocho años más tarde, vuelve a hacer lo mismo. Las miradas directas de Olympia y Suzon son equivalentes. La única diferencia es que Olympia se enfrentaba a nosotros con descaro y frescura, mientras que Suzon parece cansada. Estas dos mujeres constituyen el principio y el final de la carrera del artista, desde el desafío inicial hasta el agotamiento de los últimos años.

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